ANÁLISIS de Elden Ring: Nightreign – Con alma de souls, pero sin su corazón

Imagen principal de Elden Ring; Nightreign.

El salto al multijugador que no aterriza del todo bien

Gracias a Bandai Namco LATAM, pudimos acceder a uno de los lanzamientos más esperados del año: Elden Ring: Nightreign, el nuevo título multijugador de FromSoftware que busca transformar su ADN en una experiencia cooperativa, pero…

Me adentré en el mundo de Limveld con las expectativas por las nubes. El juego tiene como base a uno de los mejores RPGs de la generación, y lo convierte en un viaje asombroso… pero a la vez confuso. Si lográs dar con un buen equipo, podés encontrarte con una joya: peleas que te ponen el corazón a mil, un soundtrack que impone desde los primeros compases, y una de las mejores transiciones de un estilo single player a multiplayer que encontré hasta ahora.

Pero, encontrar ese buen equipo es —irónicamente— más difícil que vencer a los jefes. La ausencia total de herramientas de comunicación entre jugadores rompe el flujo de la partida con más frecuencia de la que debería. Y eso es apenas el inicio de un conjunto de decisiones de diseño que, aunque parecen pensadas para mejorar el título, terminan saboteando su potencial.

Clases bien pensadas y movimiento impecable

Uno de los grandes aciertos de Nightreign está en su sistema de clases, los Nightfarers. Desde el primer momento, la variedad de estilos de juego es clara, funcional y bien diferenciada. Hay builds centradas en ataques rápidos, otras en hechicería y algunas que juegan con la acumulación de efectos negativos. Acá sí se siente que el equipo pensó en un metajuego multijugador real y en el efecto que tiene la creación de equipos balanceados.

La fluidez con la que cada clase se desplaza por el entorno también merece reconocimiento. El juego añade un nuevo dash cuya velocidad equivale, más o menos, a ir a caballo en el juego base. Es una decisión que tiene sentido, sobre todo en un entorno en el que moverse rápido es clave para sobrevivir. Limveld se recorre con soltura. El desplazamiento es dinámico, limpio y cómodo. Podés moverte, esquivar y flanquear sin que el control se sienta como una traba. Incluso cuando las peleas se complican, la movilidad rara vez es el problema.

La belleza de perder contra algo inolvidable

El apartado sonoro sigue siendo uno de los pilares más firmes del universo Soulsborne. Como nos tiene acostumbrados FromSoftware, los jefes tienen temas que elevan cada enfrentamiento. Hay emoción, tensión y caos en cada compás. Cada pieza está perfectamente construida para encapsular no solo la dificultad del combate, sino también el trasfondo del enemigo. El audio no está ahí solo para acompañar: marca el ritmo de la pelea, define la atmósfera y refuerza el estado de ánimo del jugador.

Y es en los jefes donde Nightreign muestra sus cartas más fuertes. Todos se sienten como el resultado de años de experiencia afinando esta fórmula. Cada uno de ellos es una declaración visual, un desfile de creatividad con una puesta en escena pensada para asombrarte antes de demolerte en combate y convertirte en cenizas. Las introducciones, las animaciones, los gestos: todo está cargado de teatralidad. No hay jefes de relleno, cada encuentro tiene su propia construcción, y aunque la dificultad sea esperable, lo que sorprende es el nivel de majestuosidad que alcanzan.

Lo mismo ocurre con la dirección de arte general. Nightreign es, sin exagerar, una locura visual. Escenarios opresivos, criaturas deformes y zonas que mezclan fantasía oscura con ruinas infestadas, pantanos de niebla espesa y fortalezas decaídas esperando por ser exploradas. Todo tiene ese equilibrio entre lo grotesco y lo bello que tan bien maneja FromSoftware. Aunque la estética mantiene conexión con Elden Ring, acá hay una intención clara de hacer que el jugador se sienta más pequeño, más perdido.

Si el juego se midiera solo por lo que muestra y cómo suena, estaríamos hablando de uno de los mejores lanzamientos del año. Pero lo visual y lo sonoro, por sí solos, no sostienen las otras piezas que lamentablemente no encajan en este confuso rompecabezas.

El problema del contenido repetido

Uno de los puntos más bajos del juego está en su ritmo inicial. Las primeras dos jornadas de juego se sienten demasiado repetitivas. En pocas partidas ya había visto la mayoría de los eventos aleatorios, zonas iniciales y estructuras que el juego proponía. Lo único que realmente cambia es la ubicación de los puntos de interés y el jefe final de turno.

A la tercera partida ya había enfrentado a todos los enemigos comunes, y para cuando entendés el patrón, sabés exactamente qué esperar. Falta variedad, y se nota. Incluso los escenarios —aunque bien diseñados— empiezan a perder impacto cuando ves las mismas combinaciones una y otra vez. 

Para colmo, el juego recicla varios jefes de entregas anteriores, tanto de Dark Souls como del propio Elden Ring, y los dispersa por el mundo sin demasiada lógica. En lugar de sentirse como homenajes o desafíos especiales, estas apariciones terminan funcionando como relleno. Enfrentar nuevamente a enemigos icónicos, sin cambios en sus patrones ni contexto narrativo claro, no solo rompe la inmersión, sino que también refuerza la sensación de que Nightreign está estirando contenido en lugar de proponer ideas nuevas. Lejos de sumar, este reciclaje le resta peso al conjunto y hace que la propuesta se perciba aún más limitada de lo que ya es.

La curva de descubrimiento, que suele ser una parte clave en este tipo de experiencias, acá se aplana demasiado rápido. Después de un punto, cada partida se convierte en una carrera sin sentido hacia el jefe final, repitiendo rutas ya conocidas, evitando conflictos innecesarios y rezando para que te toque un equipo que no se desmorone antes de llegar. Es una estructura que pierde tensión con demasiada rapidez y que no recompensa lo suficiente como para sostener el interés a largo plazo.

El multijugador sin voz

El multijugador no tiene opciones reales de comunicación. No hay comandos rápidos, pings, ni chat de ningún tipo. No podés coordinar ni lo básico. Entrás con desconocidos y dependés exclusivamente de la intuición. ¿Está preparando un ataque? ¿Está huyendo? ¿Va a atacar al boss o va a ir por sus esbirros? No lo sabés. Y eso, en un juego que exige reacción milimétrica y sin margen de error, es un fallo enorme. No hay forma de construir estrategia. Ni siquiera de advertir que algo va mal. El resultado es un sistema multijugador que muchas veces termina funcionando peor que una IA de NPC de PS1.

Tampoco hay modo para jugar de a dos. Las únicas opciones son jugar solo o en trío. Lo que resulta especialmente frustrante cuando la mayoría de los jefes están diseñados para más de un jugador, pero encontrar dos personas disponibles al mismo tiempo y con el juego se vuelve un problema en sí mismo. No poder configurar libremente el tamaño de tu equipo —algo básico en experiencias cooperativas actuales— es una decisión que no tiene mucho sentido.

Y para completar el combo, Nightreign no tiene crossplay. En 2025. En un juego que depende del cooperativo, eso directamente limita la accesibilidad, acorta la vida útil del online y hace que la base de jugadores se fragmente sin necesidad, teniendo que buscar partidas por consola en comunidades dedicadas al juego.

La paradoja es clara: construyen una aventura diseñada para el juego en equipo, pero no te dan herramientas modernas para compartirla bien.

Dificultad mal equilibrada, builds que no escalan

Desde ya, la dificultad es parte de la identidad de la saga. Nadie espera que Nightreign sea un camino por el parque. Pero acá, se siente mal equilibrada. Jugar en solitario resulta casi un castigo. Los jefes tienen patrones complejos, ataques en cadena y mecánicas que están pensadas para ser enfrentadas por un equipo. No por alguien solo. Y si bien esa decisión tendría sentido dentro de una estructura multijugador sólida, la falta de herramientas para coordinar con otros jugadores solo empeora la experiencia.

Pero el problema más profundo está en la progresión. Las builds, que al inicio prometen diversidad y personalización, se desinflan por completo en el endgame. No hay una verdadera recompensa por especializarse. Conseguir un arma legendaria —esas que solo dropean los jefes más difíciles y que te exigen supervivencia perfecta— no se siente distinto a seguir usando tu arma inicial. La diferencia entre lo común y lo épico es apenas perceptible. Y cuando todo hace el mismo daño, da lo mismo qué elijas. Tu esfuerzo termina siendo en vano.

Los supuestos buffs pasivos que otorgan algunas armas o los modificadores que te sueltan los jefes de zona son mínimos, casi cosméticos. Intentar construir la «build perfecta» se convierte en una ilusión. Incluso si lo lográs, no sentís el verdadero poder de tu esfuerzo en las manos. No hay esa sensación clásica de estar desatando algo que el juego no esperaba. Todo está controlado, limitado, contenido. Vas a terminar matando al boss final en 10 minutos teniendo la mejor espada del juego o con la daga rota que te suelta un ratón envenenado.

En un RPG, eso es un problema grave. Porque no se trata solo de ganar: se trata de cómo ganás. De sentir que tu decisión importó. Que tu ruta, tu idea, tu personaje están marcando la diferencia en tu partida. Acá, en cambio, todo parece diseñado para que nadie brille demasiado. Y cuando ningún jugador puede romper el sistema, el sistema empieza a volverse indiferente.

Un juego diseñado para no dejarte brillar

Elden Ring: Nightreign no es un mal juego. Tiene momentos increíbles, un diseño artístico imponente y combates que te sacan el aire. Pero está construido sobre una contradicción: quiere ser un juego multijugador sin darte las herramientas para cooperar, quiere recompensarte por dedicarle horas, pero no deja que esa inversión se sienta en tus manos.

Es una propuesta exigente, pero también ingrata. Y aunque brilla en sus mejores momentos, es difícil no pensar en todo lo que pudo haber sido con ajustes básicos. Si tenés un grupo sólido con quien jugar, probablemente lo disfrutes más que yo. Pero si pensás enfrentarlo solo o depender de matchmaking… es probable que el juego te castigue más de lo necesario.

En un año con propuestas multijugador cada vez más pulidas, Nightreign llega con un peso enorme sobre sus hombros, pero con demasiadas grietas en su estructura como para sostenerlo.

En resumen:

Aspectos positivos:

  • Sistema de clases variado y funcional
  • Movimiento fluido
  • Dirección de arte espectacular
  • Soundtrack poderoso
  • Jefes memorables

Aspectos negativos:

  • Sin crossplay en un juego que depende del cooperativo
  • Multijugador sin herramientas de comunicación efectivas
  • No hay opción para jugar de a dos
  • Dificultad mal ajustada para quienes juegan en solitario
  • Progresión poco satisfactoria
  • Ritmo repetitivo y curva de descubrimiento demasiado corta

Nota final: 6,5/10

Con una dirección de arte impecable y combates memorables, Elden Ring: Nightreign busca ofrecer una experiencia cooperativa desafiante y visualmente impactante. Pero entre limitaciones técnicas, decisiones de diseño poco amigables y una progresión sin recompensa real, lo que podría haber sido una propuesta inolvidable termina sintiéndose como una oportunidad desperdiciada.Recomendamos jugarlo solo si contás con un grupo fijo o querés experimentar una nueva visión del universo Soulsborne sin esperar una aventura perfecta. Elden Ring: Nightreign ya está disponible para Xbox Series X|S, PlayStation 5 y PC.

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Carlos Sander

De chico quise salvar Hyrule, ser youtuber y vivir de los jueguitos. Hoy me alcanza con recibirme y ver a Luffy cumplir su sueño. Mientras tanto, escribo reseñas y streameo.

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